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miércoles, 25 de mayo de 2022

El justiciero

Se escucha el bramido de una criatura salvaje. La criatura desde el suelo ve borrosamente que Mariano, con una espada manchada de sangre, se aleja. Mariano González, un señor de 60 años, calvo, de tez blanca, nariz recta y ojos celestes, camina encorvado y lentamente por Puerto Madero. La cabeza agachada, la mirada en el suelo. Tambalea hacia los lados; los brazos flojos se mueven dirigidos por el resto del cuerpo. Su frente suda y sus manos están manchadas de sangre. Apoya los brazos en las barandas, que lindan al río, para no caerse. Se desploma pesadamente y cae. Se ha desmayado. Boquiabiertos, los transeúntes comienzan a amontonarse alrededor del lánguido. Un niño llama la atención de su padre, estirándole la campera con una mano y con la otra le señala la punta de una espada que sale del sobretodo de Mariano. El padre del niño corre el sobretodo de Mariano y deja al descubierto que el señor que yace en el suelo trae una espada enfundada, amarrada a su cinturón de cuero. Mariano despierta, inhala fuertemente. De un sobresalto se sienta en la cama, respira rápido. Visibiliza las rejas enfrente. Un señor, tras las rejas, con las manos en los bolsillos se le acerca y le dice: “Seré su abogado de oficio. Mariano González, está acusado del asesinato de Jorge Ramírez, su compañero de trabajo en la construcción del edificio de Puerto Madero”. Mariano suspira, cierra los ojos por un instante y expone: “He matado por fin a la bestia, él no era un hombre”.

El justiciero

Se escucha el bramido de una criatura salvaje. La criatura desde el suelo ve borrosamente que Mariano, con una espada manchada de sangre, s...