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viernes, 11 de julio de 2008

El ojo de la Verdad

Episodio I
Sortilegio: “Exonerada de mí, humanidad, te retuerces demacrada; contrayendo tus cinco extremidades te reversas y muestras tu masa muscular, tus fémures, tu páncreas evacuándote desde las cuerdas vocales en un grito libertino. Delatándote olorosamente mortal”...
Te abates en los contornos de un cilindro indefinido. Caes, te adhieres falaz en mi pierna y reptas sudando, dudando, desnudo... Escalas en mis nalgas, provocando la secreción de mi sangre que se camufla con tu epidermis cárdena. Se aleja la voluntad, Psique u otra sustancia que permitía que arribaras. El inminente conjuro sucedido de tres esferas de fuego (sucesivas) emerge de mi visión desilusionada y te derriba. Desciendes finalmente (pero nunca acabado) indiferente por el túnel o el brazo de un delta fluvial que desembocará en un mar de cenizas muertas.

EPISODIO II
Penetra mi cabellera de serpientes en mi boca, cerco que me impide empujar el orificio de la herida, la suprema esfera de fuego terminal. El círculo en el que concluye, fatigado de circular, el infinito. Es un gran ojo panóptico surcado de pupila felina que cuelga en mi paladar y vigila mi simbólico lenguaje censurado; parpadea a veces para captarme inopinado de su moralidad y desobediente en su adiestramiento.

EPISODIO III
Pude arrojarme lejos de ti, bestia. Pero aún corro sin olfatear, me escapo, reluciendo destellada las miradas paranoicas de un psicópata; dejando rastros de sudor en la agitación.
Nazco, solo y agraciado, en una calle como un pasillo en el cual se diverjan habitaciones conectadas.
Por fin camino jadeante, desacreditando la preocupación.
Una anciana inofensiva aparece profetizándome conceptos de eternidad y androides divinizados. En su bastón se apoya la necedad y el fanfarroneo de la casta virtud. ¡Sé que eres tú: engañosa imagen pervertida de dominación! Creada en el fango de la mentira sagaz y persuasiva, desarrolladora de siervos ciegos. No vas a enlodarme.
La señora cobra la contextura inicial del monstruo. No sólo no me persigues horroroso sino que deambulas siempre delante de mi horror, para el punto cardinal que me incorpore. No sólo no carcajeas soberbio, ni te sulfuras ante mi obstinado disloque sino que me acaricias tiernamente el cabello con tus manos, vestigios de innumeras cabelleras catequizadas. Me propones, carismático, relamer tu fálico poder agachándome hacia convenciones que convencen a idiotas. Debo vomitarte el ojo que me injertaron. Debo ser mi creador.
Surges de una alcantarilla como una espesura líquida filamentosa, te enroscas sobre ti y te elevas desde tu eje transmutándote en un humano sin sexo. Dices ser un moldeador de prejuicios, quieres llevarme hacia la salida del callejón donde tirita decreciente, puntiaguda y filosa la entrada a tu libertad.
Soy un ser maleable, caigo en la voz de tu poderío, dejo deformarme. Me encadeno a tu liberación y no soy libre: no soy feliz.
Eres un filodoxo mediocre, un vendedor de viejas novedades. Muy humano (por cierto) demostrado en tus contradicciones. Filosofas sobre trascendencia, sobre una nueva especie de individuos y mira en que me has convertido: en un maniquí fabricado en serie, estoy en la exacta postura que toda la humanidad. Hago análogamente los mismos gestos animales, produzco bramidos y salto salvajemente. Vivo en plena promiscuidad y aún REPITO ¡No soy feliz!
Lloro grotescamente, gimoteo olvidándome de la saliva que cae burda y se desliza viscosa; no recordando el aristocrático manejo de civilizados tenedores reales, de modales educados en actitudes disfrazadas.
No te mataré: hombre, ni al dios creado a imagen y semejanza de ti. No repudiaré a tu conducida debilidad de discípulos. Formo parte de este caldo desquiciado y sucio pero lucharé para no disolverme como un zapallo por el calor energético del más fuerte.
EPISODIO IV
Mientras tanto continúo corriendo, mis enemigos refutan que me dirijo hacia la locura; me encamino hacia la felicidad, a no quejarme del hombre, a comprenderlo, a no embadurnarme por aquello que no me hace dichoso, a la cordura total que los flexibles junto a sus inventores idolatrados denominan monomanía.
Acelero mi marcha, no puedo devolver el monocular control; entonces, entonces lo mastico inexorablemente. Exprimo con mis dientes su facultad de percibir y también de juzgar. Ahora, transformado en masa digerible, me lo trago. Sabe la pugna a victoria. Sufre la acidez de mis jugos gástricos. Lo asimilo y CAIGO EN LA DERROTA.


Quise alejarme de lo humano, tomé el camino incorrecto, cada vez estoy más cerca del cuerpo, de la sangre. Un paso más y...
ESTOY DENTRO DE TÍ, SOY EL HUMANO. ¡SOY TÚ!
Alguna vez sólo fui un alma que pensaba, un proveniente del edén. Regreso a estar limitado por una dermis que siente. Soy esta piel. Me he construido en constructor, tan sólo soy carpintero de verdades. Las realizo, las reparo, las utilizo poderosamente, las destruyo siempre a mi conveniencia...

El justiciero

Se escucha el bramido de una criatura salvaje. La criatura desde el suelo ve borrosamente que Mariano, con una espada manchada de sangre, s...